jueves, 10 de enero de 2013

LAS MUJERES DE LA FAMILIA


Para Catarina, con todo mi amor:

Me pinté las uñas con un esmalte coral antes de ir a conocerte. Hasta a mí me sorprendió; nunca antes me había pintado las uñas de los pies con color. No sé por qué lo hice, no sabría decirte. Quizás fue un detalle, un pequeño gesto inconsciente con el que necesité recibirte como mujer. Recuerdo que cuando nació su primer nieto, mi mamá fue a comprarse un vestido nuevo para ir a verlo a la clínica. Entonces me causó gracia, ahora la puedo entender.

No lo sabés todavía, pero yo fui criada en una especie de matriarcado. Algún día te voy a explicar qué significa, pero así como al pasar podría decirte que es un reino gobernado por mujeres. En algunas cosas se parecen a las reinas de los cuentos, en otras no. Por suerte. Son mujeres fuertes que tienen autoridad y la capacidad de crear un mundo propio. Es tan especial ese mundo, que a veces otros desean habitarlo.
Tampoco lo sabés aún, pero soy madre de tres hijas mujeres. Las tres son como esas reinas que te digo, capaces de crear mundos  con su presencia. Una de esas hijas, la mayor, es tu mamá. Y vos sos la primera de esta nueva generación de mujeres. Te cuento todo ésto para que entiendas el significado que tenía para mí tu llegada, aún antes de conocernos.

Los días que preceden las fiestas de fin de año son muy agitados. Hay mucha gente en las calles y todos parecen apurados. Aunque uno no quiera vivirlos así, termina corriendo ansioso como si se acabara el tiempo pero sin saber por qué. Ya vas a entender lo que te digo.
Justo en esos días, pocos antes de la nochebuena, supe que estabas por llegar. Me fui al hospital poco después de mediodía, caminando despacio bajo el sol, y me llevé un libro para entretenerme durante la espera. Leí apenas dos o tres hojas, no más, y lo volví a guardar cuando me di cuenta que no podía pensar en otra cosa. Me asomé al pasillo por donde tenías que pasar en brazos de tu papá no sé cuantas veces. Fui y vine, me senté y me paré, y durante un rato largo me quedé sentada en un escalón de la entrada, cerca de un árbol de magnolias. Borges decía que la palabra "magnolia" le parecía la más bella del idioma castellano. A mí me gustan esas flores. Son blancas, tienen pétalos muy grandes y un perfume muy delicado. Cerca de donde yo vivía cuando era chica, las ramas de un árbol de magnolias se asomaban en lo alto de una pared, en la casa de la esquina. Yo miraba esas flores blancas desde la vereda y me parecían inalcanzables. No sé porqué, creía que era el único ejemplar sobre la tierra, y me parecía un milagro que alguien tuviera en el jardín de su casa el único árbol de magnolias que existía. Algún día te voy a contar quién era Borges, y también las cosas que pensaba cuando era una niña.

Te escuché antes de contemplarte, esa fue mi primera impresión. Tu llanto estridente sonaba como el allegro vivace de una ópera. Tenía un estilo, una cadencia muy particular, y acentuabas el dramatismo llevándote las manitos a la cabeza. Es intensa y un poco trágica, pensé yo, y te reconocí enseguida como mujer de esta familia. Sabe hacerse escuchar, también pensé, y me gustó eso. Pero entonces te tuve en brazos y no pude pensar nada más. Suele pasar a veces que en el cuerpo no queda espacio más que para sentir y entonces la cabeza se queda en silencio. Eso también ya lo vas a aprender.
Apenas te vi reconocí la cara de tu mamá cuando nació, y un aire a tu papá, de la nariz para abajo. No fueron los únicos rasgos que me resultaron familiares. Hasta me hiciste acordar a una hermana de mi abuela, la tía Fortuna, por la forma de tu cara. Ya vas a saber de mi abuela y sus hermanas y de todas sus historias, y de la fascinación que me provocaba cada vez que las veía reunidas. Me intrigaba ese murmullo de voces femeninas y escucharlas llorar y después reír a carcajadas hasta las lágrimas, por lo mismo que habían llorado un rato antes. Eso es algo que distingue a las mujeres de mi familia (la tuya, la nuestra). También saber acompañarnos, y en ese caminar juntas ir aprendiendo unas de las otras. Es muy divertido a veces, hacemos que valga la pena.

Recién llegaste a mi vida y ya ves cuántas cosas tengo para contarte. Pero a vos, que todavía no hablás y apenas estás comenzando a sonreír, tengo que empezar a descubrirte. Porque mi historia y la de tu mamá así como la historia de tu papá y su familia, ahora es también la tuya, pero hay algo que traés con vos que te hace única (como aquel árbol de magnolias) y que nos irás mostrando de a poco. Primero con tu llanto y tu sonrisa, y tu piel que parece de durazno cuando te acaricio y el gesto de tu cara cuando dormís. Después... Después será la vida y acompañarnos y estar preparada para recibir un nuevo aire en este reino de mujeres, que seguramente nos hará mejores.
Mi hija, tu mamá, es una de esas mujeres, y es una guerrera. Sin embargo cuando te mira hay tanta dulzura y mansedumbre que parece otra. No porque me resulte desconocida, sino por la desmesura de su entrega. Eso es lo que me emociona cuando la veo con vos. Desde antes de que nacieras ya te llamaba "mi Catarina", con el sentido más tierno y más amoroso de la pertenencia, y cada vez que lo dice como lo dice, a mí me conmueve.

Tu llanto no me impresiona querida Catarina, ni siquiera en el registro más alto de tu allegro vivace. A mí no podés engañarme. Entre nosotras, vos y yo sabemos que a veces exageramos un poco la emoción, aunque no sea para tanto. Por tus puños cerrados y en alto puede que seas luchadora y combativa como tu mamá,  y en la serena mirada de tus ojos cuando estás en calma también puede ser que te parezcas a ella. Creo que tenés algo de esa dualidad felina que la caracteriza; esa dulce placidez que se alterna, sin previo viso, con el grito destemplado. Seguramente te gustará la música como a tu papá, y te enseñará desde chica a disfrutar el sonido del saxo. Yo sé que lo hará porque lo conozco, y sé de su amor generoso. Por eso compartirá con vos las cosas de este mundo que le parecen más bellas y valiosas, y te dará lo mejor de sí, porque así es él.

Ya era abuela antes de que nacieras, y sin embargo otra vez me sorprendo. Ni siquiera sabía cómo eras mientras miraba el árbol de magnolias esa tarde del 19 de diciembre, en el jardín del hospital, y un rato después ya te abrazaba con el cariño más profundo, como parte incuestionable de mi vida.
Me gusta cuando nos miramos a los ojos. Yo estoy, vos estás, y eso es todo lo que importa. Vamos a acompañarnos de aquí en más haciendo un nuevo recorrido; de un modo distinto a como yo acompañé a mi mamá y a mi abuela, y a mis hijas mientras crecían. Yo te enseñaré algunas cosas, vos también me enseñarás, y entre las dos iremos aprendiendo. De lo que no tengo dudas es que será un goce para las dos transitar juntas la vida. Será divertido y reparador y nos dará mucha alegría. Como sucede con las mujeres de nuestra familia, vamos a hacer que valga la pena.

Bienvenida al mundo, querida Catarina. A éste que habitamos y también al mío, y al mundo que serás capaz de construir con tu presencia.

Te quiero, desde antes y para siempre.









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