lunes, 28 de mayo de 2012

En algún lugar cerca de la luna



A veces no está donde está, o donde parece que estuviera, y entonces cubre su cabeza con un yelmo.  En realidad se retira a un lugar que nació con él; no podría definirlo pero ahí está desde que tiene memoria. Queda tan lejos como la luna y hasta se le parece un poco, pero es la distancia exacta entre su rostro y su armadura y la recorre en un segundo. Cuando cierra la puerta no hay llaves que puedan abrirla desde afuera, y ese lugar suyo se vuelve impenetrable. Lo primero que hace al llegar es sacarse el yelmo y respirar profundo el aire claro.
No es una soledad que lo lastima como el desgarro brutal de un destierro o de un exilio; por el contrario,  nunca se siente más acompañado. Es el sentimiento dulce de volver a casa, él es su propia patria. Es ahí donde va a buscarse cada vez, y siempre es la misma alegría del reencuentro, y el profundo alivio de sentirse a salvo.
Ahí no llegan las voces extrañas y los ruidos de afuera, sólo el dulce murmullo de las personas que quiere, y sin embargo allí se siente parte del mundo. Mira y contempla alrededor y nunca su mirada es tan real y verdadera. No es sólo contemplar; en ese silencio él es con el mundo y el mundo es con él y se impregna de la fuerte presencia de la vida. No hay vacío ni hambre ni ansiedad porque todo lo que desea está en ese lugar y se siente satisfecho, al menos por un tiempo. A veces lo busca caminando sin ruido de pisadas, a veces lo lleva la música o algún estado del alma, y una vez que está ahí puede ser todo lo que es  porque se siente seguro. No sabe cuánto se vislumbra a través del yelmo que cubre su rostro; hay que quererlo bien para adivinarlo o quererlo tanto como para presentir que es mucho más de lo que expresa, y en el fondo él sabe que a veces eso es pedir demasiado.
Lo aburre la burocracia que gobierna la vida, las obligaciones que consumen el tiempo y las presiones que dificultan el andar ligero y despreocupado. El mundo real tiene reglas que muchas veces no comparte; para él la vida es otra cosa, o al menos debiera serlo. No le gustan las imposiciones, ni las exigencias, ni las expectativas con respecto a lo que es y lo que hace. Por eso le gusta tanto viajar, porque la anodina formalidad de las obligaciones cotidianas desaparece y con ella todo su peso y entonces puede ser el que es como en la luna, tan libre y tan feliz disfrutando la leve ingravidez. Es cuando viaja que los límites se vuelven más difusos y entonces no hace tanta falta  cerrar con siete llaves la puerta que abre ese lugar suyo. Suele suceder que distraído, de tanto en tanto se le olvida cubrir su cara con el yelmo. Es que cuando puede vivir así, como a él le gusta, adentro y afuera respira profundo el mismo aire claro y camina con la misma ligereza y alegría.
Su lugar en el mundo real es el campo, quizás porque es el que más se asemeja a ese lugar que nació con él y también ahí puede ser todo lo que es. Le gusta sentirse parte de la tierra y observar los ciclos de la naturaleza por su inalterable cadencia. Las estaciones se suceden unas a otras con su ritmo preciso, y todo aquello que tiene vida nace, crece, da sus frutos y después muere. A lo mejor por eso se inclina a protegerlo. No es la posesión lo que lo hace dueño, sino el cuidado y el amor que le prodiga a aquello que protege.
Habla con las personas, se ríe con ellas y las mira a los ojos simulando ser parte, pero no dice todo lo que piensa y no expresa todo lo que siente, y aunque los demás no se den cuenta a veces está muy lejos. Es un poco ermitaño tal vez, o tiene miedo de que algo de ese mundo de reglas y convenciones absurdas se filtre de algún modo y amenace la paz y la armonía de ese lugar suyo o quizás peor aún, que alguien lo alcance con el rostro descubierto y lo lastime. Tienen que inspirarle mucha confianza y sentirse muy seguro para decir todo lo que piensa y expresar todo lo que siente. No son muchas las personas y las cosas que necesita y que le importan de verdad, pero cuando le importan siempre es demasiado y se las toma muy en serio, y está dispuesto a todo para protegerlas. Es por esa razón que no podrían ser más de las que son;  no le alcanzarían las fuerzas, y quedaría muy expuesto y vulnerable, o al menos eso es lo que cree.
Tiene convicciones firmes. Piensa tanto las cosas que cuando llega a una conclusión es muy difícil que alguien pueda lograr que cambie de opinión. Es muy posible que parezca intransigente, y quizás lo sea, pero necesita de sus certezas para construir un orden y saber qué pasos dar; no le gusta equivocarse.
A veces no está donde está, o donde parece que estuviera, y cubre su cabeza con un yelmo. Es así, es su manera, pero cualquiera que lo conozca un poco, un poco nada más, sabrá que a pesar de no decir todo lo que piensa ni expresar todo lo que siente, piensa y analiza con detalle y siente sus emociones con excesiva desmesura. Tal vez por eso necesita retirarse a ese lugar que nació con él; no podría definirlo, pero está ahí desde que tiene memoria. Queda tan lejos como la luna pero es la distancia exacta entre su rostro y su armadura. Cuando cierra la puerta no hay llaves que puedan abrirla desde afuera, y ese lugar suyo se vuelve impenetrable, y lo primero que hace al llegar es sacarse el yelmo y respirar profundo el aire claro. Quizás alguna vez se le olvide tomar tantas precauciones y deje en un descuido  la puerta entornada y salga a cara descubierta, y se dé cuenta que a veces se disfruta. No estaría mal perder el miedo, aunque sea por un rato.

domingo, 20 de mayo de 2012

BODAS DE CROMO



30 de Diciembre. Vigésimo octavo aniversario de casados. Bodas de cromo según dicen. No sé qué tendrá de valioso el cromo. Será que es un metal, y es resistente. Y sí, debe ser.
Son tantos años que prefiero pensar que estuve con muchos hombres distintos (lo cual es verdad) y que él también ha estado con muchas mujeres (lo que también es cierto) a lo largo de este tiempo.
Muchas de esas relaciones han sido maravillosas y plenas, otras no tanto; hemos tenido romances memorables y otros que es mejor olvidar. Algunos de esos hombres se han ido o los he abandonado, y han llegado otros que pude volver a elegir. Muchas de esas mujeres se han marchado o él las ha dejado, y algunas han renacido y se han convertido en otras más felices y plenas y él las ha recibido con alegría.
A todos los hombres que él ha sido yo los he amado, y todas las mujeres que yo fui han sido amadas por él. Después de todo siempre fue amor, y eso es lo que cuenta.

EN BORDEAUX




Ayer nos levantamos con Guille y fuimos a la panadería a comprar baguettes y croisants; desayunamos todos juntos y fuimos los cuatro a pasear en bicicleta. Era un sábado hermoso así que partimos al mercado, cruzamos el parque de árboles color otoño, lagos y flores rodeados de construcciones afrancesadas. No lo podíamos creer, nos miramos con Guille con amor.
El mercado bullía de gente con puestos de frutas, verduras, flores y nueces de pueblos de alrededor. Nos encontramos con unos amigos de los chicos,  Ivan y Veronique, para comer ostras en un lugarcito al lado de la pescadería. Él pintor mexicano y ella francesa profesora de no sé qué; ella buscaba agua de azahar para hacer un budín de muertos mexicano. El 1° de noviembre se festeja el día de todos los muertos y de alguna manera acá siguen la tradición. 
En España vimos en las vidrieras de las panaderías masitas llamadas huesos de santos, y otras con nombres que no recuerdo que se hacen solamente en estas fechas.
Cuando Veronique volvió de comprar el azahar, queríamos olerla y  ella nos dijo que le recordaba al pueblo de su abuela en Bayonne. Nos recomendaron lugares adonde ir con recorridos en barcas y paseos por chateaux y viñedos y pueblitos donde sencillamente "se come rico", decía ella. Después nos dejaron porque Veronique quería hacer el budin e Ivan iba a pintar, como lo hace todos los días de sol.

Seguimos nuestro recorrido cruzando el río, por callecitas de casas de piedra y olor a cosas ricasnos reímos mucho los cuatro juntos. Compramos chocolates y panes de campo en una panadería muy antigua de Bordeaux. Pedí permiso para hacer unas fotos y la panadera me invitó a ir mañana ya que estará el panadero horneando en el horno de barro. 
Cenamos temprano y comimos el budín de muertos que hizo Veronique y que muy amorosamente nos trajo para que lo probáramos y después empezamos a armar el recorrido que haremos en Grecia.


  

viernes, 11 de mayo de 2012

Los pies de Mariu




Ella mira sus pies en el Mediterráneo mientras habla por el celular y dice que mira sus pies en el Mediterráneo y es feliz. En realidad no dice que es feliz. Ataques de felicidad, así prefiere llamar a esos estados gloriosos del alma que la irrumpen y desbordan de plenitud y son tan intensos que además de vivirlos necesita contarlos, como si el cuerpo no le alcanzara para contener tanta alegría y tuviera que derramar un poco a los costados. Por eso irradia. Luz, encanto, alegría, desenfado, todo lo que ella es. Toda ella SE irradia. Los lugares se transforman cuando llega moviendo su cabeza rubia. Las personas también.




Se agiganta cuando emprende algo nuevo y no le asusta planear en grande; le gustan los desafíos y el tiempo que lleva realizarlos. Ama los proyectos ambiciosos, ama los colores y la armonía de las formas, ama acompañar y ser acompañada, ama la belleza, ama lo posible y lo imposible, no hace diferencias. Abre sus ojos verdes y se ríe mucho y mueve las manos mientras sueña e imagina cómo hacer posible lo imposible.

Ella se expresa en su manera de vestir y en los espacios que habita. Tiene estilo. Su casa es un lugar cálido y alegre, sabe combinar lo moderno y lo antiguo, recicla, transforma, renueva el significado de los objetos y les crea una nueva utilidad, un nuevo destino.



Escribe como habla, habla como escribe, fluye como el incesante discurrir de la conciencia: lo que piensa, lo que siente, lo que ve...
"Estuvimos un rato charlando en la terracita que tenemos en nuesto bungalow rodeadas de arrozales de un metro de alto color verde loro, palmeras repletas de cocos y muchos bananeros llenos de bananitas verdes. Creo que no tengo palabras para describir el lugar, sólo puedo decir que da paz, que sin hablar podés escuchar el ruidoso silencio del campo y no paro de tratar de descifrar ese ruido que viene, todavia no sé qué es que hace un iu iu muy raro que se va moviendo a cada rato", escribía desde Bali. Ella encuentra el modo de describir lo que la rodea. Iu iu... Reproduce sonidos, imágenes, aromas. Relata a través de los sentidos y pinta un mundo cada dos renglones. Mira, huele, toca, escucha, habla y cuenta cómo mira, huele, toca y escucha... Sólo hay que dejarse llevar para estar donde ella está.

"Hola hola que tal todo por acá flipando, esto es increíble, tantas cosas que juro que termino mareada, y encima como tengo que estar con tacos todo el día se me hace mas incómodo, andar 12 horas con tacos no está dentro de mis costumbres y pasear alrededor de miles de millones de japoneses con miles de millones de luces y pantallas cantando todas al mismo tiempo tampoco es lo mío, juro que termino mareada, encima estoy todo el día buscando tiendas que por más que están cerca, las callecitas son tan chiquitas algunas que me pierdo; hoy estuve todo el día en 10 manzanas pero me perdí 50 veces y pasaba por al lado de donde tenía que ir y no me daba cuenta, tantas cosas... Por ahora me la paso laburando y visitando clientes que son todos divinos por suerte pero me cuesta llegar a los lugares porque acá las calles no van con nombre, van por zona y números y las que tienen nombre están escritas en japonés y no me entero obvio pero preguntando mil veces porque encima nadie entiende, y sólo llego cuando me llevan hasta la puerta, divinos total!! ", reportaba desde Tokyo.
No hay quejas, no hay temor, nada la intimida. Está sola en Tokyo y lo relata como si fuera un juego. Mira y observa con fruición el caos de esa marea humana de pies que avanzan entre luces de colores y sonidos estridentes. Todo es asombro y ese placer casi infantil de descubrir y descubrirse en tierras extrañas y animarse a caminar por sus calles como si fuera una de ellos y encontrar el modo de comunicarse hasta apropiarse de cada lugar y hacerlo suyo mientras lo habita.

Su escritura refleja el ritmo vertiginoso de su cuerpo, como si de pronto comenzara a bullir y dejara salir incontenibles las palabras junto con su respiración.
"Bueno como verán estoy a full la verdad que feliz de haber conocido esta ciudad esta gente este continente que es fantástico, todo y creo y les recomiendo a todos que es un punto en el mundo para conocer y sáquense el mito de que es tan caro, sí para comprar boludeces pero con 5 euros comes re bien y el metro es como allá y todo es fantástico y distinto y mareante y loco y del futuro o del pasado la gente no lo podés creer como va por la calle y como se respetan entre ellos y como les dije el otro día hasta las bicis no estan atadas imagínense..."
No hay comas ni puntos y las palabras se atropellan y se amontonan y se chocan unas con otras; se asemeja a una respiración agitada por el asombro caminando por las calles de Tokyo. Mientras uno lee puede escuchar, tal cual ella lo cuenta, el sonido de las pantallas cantando todas al mismo tiempo.




Sus pies han chapoteado en el Mediterráneo y se han deslizado por la nieve de Andorra; han caminado a través de la bruma de Irlanda y han resbalado entre las rocas de Menorca para hundirse gozosos en el mar.
Ha estado en París, enTailandia, en Sidney, en Bali, en Tokyo... Sus pies siempre la han llevado donde ella ha querido. Ella ha sido su casa por mucho tiempo, y por mucho tiempo toda su casa ha entrado en un bolso de mano. Ha viajado, ha conocido lugares y personas, ha querido y se ha hecho querer, pero por sobre todas las cosas ha disfrutado cada recorrido.


Ahora vive en una casa con jardín junto al hombre que quiere y que la quiere, profundamente. Es un lugar en el que da gusto imaginar lo cotidiano: el olor a café en la cocina a la mañana, el desayuno en la galería, la cena en el jardín, los farolitos de colores encendidos en las noches de verano, la luz entrando por las ventanas a través de cortinas de colores...
Ella muestra feliz la forma apenas redondeada de su vientre y los dos se miran con alegría cuando dicen que esperan una niña. O un niño. Si es una niña tendrá sus ojos y vestirá polleritas con estampado de flores. Si es niño  va a reír como ella y calzará zapatillitas de colores. Niña o niño será muy feliz porque tendrá una mamá que no está preocupada por lo que debe enseñarle, sino llena de entusiasmo por la nueva vida que llega y que va a disfrutar y celebrar, porque es lo que mejor sabe hacer.

Este es su presente y lo está viviendo como ella vive todas las cosas de su vida: entregándose completamente y con alegría. Como siempre sucede, ella está donde quiere estar. No es el azar el que guía su destino, son sus pies. Los pies de Mariu.

jueves, 10 de mayo de 2012

La prima Flor


¿Venís a casa y te quedás a dormir, y vemos alguna película de terror?, escucho a alguna de mis hijas preguntar por el teléfono y ya sé quién está del otro lado. Es Flor, la prima Flor, Florencia, Flori, y ya son grandes pero me conmueve esa tierna complicidad que hay entre ellas, ese gusto por estar juntas y disfrutarse. Entonces viene Flor y se queda a dormir, y a la madrugada se escucha un murmullo agitado y en medio del murmullo una voz temblorosa pide que alguien encienda la luz; un minuto después están sofocando la risa hasta que no pueden más y en el silencio de la noche sueltan las carcajadas. Tienen más de veinte años, ya son mujeres, pero cuando están juntas son las primas y las primas nunca terminan de crecer, por lo menos cuando repiten los rituales de la infancia.
Flor es la más chica, y se hizo su lugar entre sus primas mayores a los codazos, demandando espacio y atención con obstinada perseverancia. Con el tiempo se acortaron las distancias y encontraron el modo de comunicarse; comprendieron que no es poca cosa compartir la misma historia, la familia y los afectos y que una sabe muchas cosas de la otra sólo por haber crecido juntas.
Saben que se tienen, saben tomarse el tiempo para escucharse y también para divertirse. Cada una tiene su carácter y su forma de ser, y son distintas entre sí, pero se aceptan como son, no se juzgan. No importa demasiado si no encuentran las palabras para reconfortarse; el alivio llega aún en el silencio de la mirada que acompaña, en la presencia y el cariño que hay entre ellas. Lo que le pasa a una le importa a la otra y hay momentos en que esa certeza es todo lo que necesitan para sentirse mejor. Pueden mirar una película, o encerrarse a charlar en el cuarto, o sentarse frente a la computadora, pero siempre, en algún momento, llega la risa. Flor, la prima Flor, no hay otra risa como la suya; es lindo escucharla en casa.
Florencia  es franca y alegre. Da gusto hablar con ella y escuchar el énfasis de su voz cuando se expresa con claridad y lucidez acerca de sus contradicciones y cuando pregunta y se pregunta con profunda franqueza cómo es la vida que ella quiere. Intuye que sería mucho más cómodo ser obediente y dejar que decidan por ella pero se resiste, necesita ser honesta consigo misma aunque los demás no lo entiendan o no la aprueben; en el fondo quisiera que confíen. Disfruta sentirse libre y detesta las convenciones; sabe que debe aprender a convivir con ellas pero no está dispuesta a traicionarse en el intento. Quiere estar a gusto con su vida y ser feliz, no se conforma con menos. Tiene ambiciones, piensa en el futuro, pero quiere ser ella quien elija su destino, aunque a veces le dé un poco de pereza o se distraiga en el camino.
Florencia, bella como una flor significa su nombre. Con el cabello rubio o colorado, lacio o con rastas, suelto o recogido, con sus piercings y tatuajes... Aunque cambie su aspecto una y otra vez, Flor siempre es hermosa. No se puede ser más linda, aunque ella no se dé cuenta todavía. Debe ser eso y su dulzura, su manera de expresar el cariño y su orgullosa terquedad, y también su risa, lo que hace imposible no quererla.
Cuando pase el tiempo y Flor y sus primas sean más grandes y tengan su propia familia, ojalá que de tanto en tanto puedan encontrar el momento para llamarse por teléfono y preguntar: “¿Venís a casa y te quedás a dormir, y vemos alguna película de terror?”  Porque sin importar la edad que tengan, cuando estén juntas y a solas seguirán siendo las primas y las primas nunca terminan de crecer, al menos cuando repiten los rituales de la infancia.
Florencia, la prima Flor… Mis hijas la adoran y yo, madre de esas primas que la adoran, también.

           

lunes, 7 de mayo de 2012

QUÉ COISA MAIS LINDA



claudia occhi

claudia Occhi
El sol cae entre los morros, hay olor a coco y vainilla en el aire y el mar está calmo y celeste y yo estoy ahí oliendo el perfume en el aire y mirando el mar calmo y celeste a la hora del crepúsculo en Ipanema. Ah Caetano, es cierto, es la belleza que existe, pero no estoy sola ni triste, hoy no Caetano. Hay algo que se respira en el aire que hace que el cuerpo se vuelva libre y ligero y busco y busco y no sé bien de dónde viene pero siento una especie de euforia que me alegra el alma. Cambio de melodía y tarareo por lo bajo o qué será, qué será con Chico Buarque mientras pienso o qué será, o qué será que soy tan feliz aquí, en Ipanema.

domingo, 6 de mayo de 2012

UN NUEVO AMOR


Nos conocimos el 8 de Marzo, hace pocos días. Fue en la tarde soleada de un jueves cuando te vi por primera vez. Tenías las manos apoyadas plácidamente una encima de la otra sobre el pecho y los ojos cerrados, y aunque yo necesitaba con urgencia que los abrieras para mirarnos, tuve que esperar hasta la noche porque estabas muy cansado. Recién entonces llegó el abrazo y la mirada, y fue amor a primera vista.

Todavía no alcanzo a comprender cómo se puede querer tanto a alguien en tan poco tiempo, pero el amor es así a veces: brota de golpe como un estallido y empieza a latir en todo el cuerpo sin ninguna explicación. De pronto ocupa un lugar inmensurable y esa presencia que antes no existía se vuelve casi tan imprescindible como nuestro propio latido y nos deja perplejos.

No sé cómo sos todavía, no sabría definirte. Puedo contar cómo movés tus manos todo el tiempo y tu manera de sonreír con toda la cara mientras dormís. Parece que estuvieras a punto de largar la carcajada pero no, todavía tu risa es en silencio y con los ojos cerrados. No sé mucho más, apenas te estoy descubriendo.

Aún no se ha revelado tu carácter, tus gustos y preferencias, y tampoco tus modales. Simplemente sos y estás aquí entre nosotros, y a mí me alcanza con eso. Pienso que es un buen amor porque no hay razones ni condiciones, y no espero nada en particular de parte tuya para quererte como te quiero. Ojalá pueda ser siempre así entre nosotros.

No hemos intercambiado una sola palabra todavía y sin embargo ya sos parte de mi vida y yo de la tuya, y nada ni nadie podrá cambiar eso. Por ahora te doy besos, te canto, te abrazo, te huelo, y vos te dejás besar, cantar, abrazar y oler. Así de sencilla es nuestra relación, y así de profundo es el cariño; no hay ninguna pretensión, ninguna expectativa.

Me resulta familiar esta manera de querer, y al mismo tiempo es un sentimiento nuevo. Será que sos el hijo de mi hija y por ella siento esa clase de amor: nunca esperé ni hizo falta que hiciera o fuera algo en particular para quererla tan profunda y entrañablemente.

Tengo muchos años más que cuando la tuve a tu mamá por primera vez en los brazos. Con el paso del tiempo uno aprende, no digo a querer más porque no es posible, pero sí a querer mejor. Son los hijos los que nos enseñan, cuando nosotros los dejamos.
Es extraño, pero cuando comenzamos a aceptar que no tenemos derechos adquiridos ni control sobre la vida de los que amamos, se vive con más alegría. Es lo que hay. Ahora. Este momento es la única certeza que tenemos. El presente es la única posibilidad real de experimentar y disfrutar de esa presencia y ese cariño, y todo se vuelve más intenso.

El afecto verdadero se expande generosamente, porque genera dicha. Yo, mamá de tu mamá, abuela del hijo que ella ha tenido con el hombre que ama, me siento conmovida cuando los miro a ustedes tres: ya son una familia.
Colmada por este sentimiento nuevo de amor y ternura por vos aunque apenas te conozco, te prometo seguir queriéndote así por el resto de mi vida, y ansío que sepas que jamás ninguno de los dos tendrá que hacer nada para justificar o merecer este cariño mutuo. Estamos, somos, y vamos a tener la felicidad de estar en la vida del otro. Eso es todo lo que importa.

Bienvenido al mundo.

LUCIANA

                                                     "CÓMO TE EXTRAÑABA, LLUVIA"

Luciana se enciende y se apaga como una luciérnaga, aparece y desaparece, se muestra y se esconde según su estado de ánimo, como cualquier adolescente. A veces disfruta estar con sus amigas y pasar toda una tarde charlando con ellas mientras escuchan música de cumbia y reggaetón, y otras veces prefiere estar sola. 

Cuando se queda en silencio y adquiere un aire distante y se aparta buscando un rincón tranquilo, es porque necesita recluirse en ese mundo mágico y misterioso  que habita dentro de ella, lejos de la mirada de los otros, o simplemente para escuchar el sonido de la lluvia. Se siente a gusto en esa paz y en esa íntima soledad en la que se sabe acompañada por su fantasía, por sus pensamientos, por sus sueños; por ella misma. De repente algo sucede que despierta su curiosidad y entonces regresa gentil, vivaz y amigable. Se interesa por la realidad y las cosas que pasan y se comunica sin esfuerzo con el mundo que la rodea y las personas que ama. Habla con entusiasmo y baila y se ríe, y entonces dan muchas ganas de quererla a ella.


“LO QUE VENDRÁ”

El futuro le parece tan distante como la infancia, y le cuesta mucho imaginar cómo es que quiere vivir la vida cuando sea más grande. Piensa un rato y dice que a lo mejor le gustaría ser periodista o médica forense y otra vez el misterio que la atrae aunque ella no lo sepa todavía.  

Por un momento entrecierra los ojos y parece que estuviera muy lejos,  y es una niña en estado de ensoñación, pero cuando los abre y murmura: “La vida pasa muy rápido”, de pronto es toda una mujer.
Eso sucede cuando las niñas comienzan a convertirse en mujeres, sin dejar de ser niñas todavía.

Al fin y al cabo el pasado y el futuro no cuentan demasiado a sus quince años. Recién ha comenzado a despertar del sueño de la infancia y el deseo de vivir la retiene con fuerza en el presente. No quiere perderse nada de esa vida que “pasa demasiado rápido”, y lo bien que hace. 

"Luciana, la que nació a la primera luz del día"





ELLA, LA MÁS CHICA

Nació con una sonrisa. Como si supiera.
Fue el parto más relajado y gozoso, no hubo gritos de dolor ni nervios ni temores ni nada. Yo también estaba sonriendo cuando la recibí y la apoyé sobre mi pecho.
Le tocó ser la menor de tres hermanas mujeres, y a lo mejor fue por eso que aprendió a arreglarse sola desde el principio. Mientras yo iba y venía por la casa, y preparaba la comida, y peinaba a la más grande o le daba de comer a la del medio, en cuanto podía me asomaba a la cuna y ella, la más chica, me miraba con sus ojos grandes y sonreía. Siempre. Y entonces yo sentía una paz infinita.
Ahora que ha crecido, por momentos veo en su cara a la niña que fui, y en otros a mi mamá o mi abuela. Es un segundo nomás, porque enseguida me olvido que tiene ese aire a las mujeres de la familia y la veo sólo a ella, y me emociona que sea tan linda.
Todavía sonríe como una nena, pero ya es una mujer. Es sensible y alegre como una cigarra y previsora y tenaz como una hormiga. Canta como la cigarra y trabaja como la hormiga. Esa dualidad la define. Piensa, piensa mucho en el futuro y en cómo prepararse para que ese futuro se parezca a lo que ella sueña, y trabaja y piensa tanto que se olvida de mirar a su alrededor para darse cuenta que ya ha alcanzado muchas de las cosas que alguna vez soñó y de disfrutarlo. Ojalá se tomara más tiempo para tirarse al sol y cantar como la cigarra, porque eso también lo hace bien. Eso le digo a veces, cuando me lo permite, pero enseguida pienso: ella sabe.
Sufre y goza con intensidad, oscila entre el dramatismo y la euforia. Nada es a medias. Se contrae y se relaja como un corazón que late, a ese ritmo, con ese vértigo, con esa misma pulsión, pero suele olvidarse de respirar. Eso también le digo a veces, cuando no me cierra la puerta, pero enseguida pienso: ya va a aprender.
Cuando empezó a estudiar Comercio Exterior me pareció que esa carrera no era para ella y se lo dije, y por supuesto no me escuchó. Con el tiempo pude comprender que necesitaba una herramienta para trabajar como la hormiga durante el invierno y que a su vez le permitiera salir a cantar al sol durante el verano, bajo el cielo que ella quisiera.
Ojalá no se olvide. De respirar, de latir, de cantar.
Tiene apenas 23 años, está por cumplir los 24, y acaba de recibirse. Cómo no va a sonreír como una niña, si todavía lo es, y cómo no va a llenarse de orgullo por sus logros, si ya es una mujer.
Mitad cigarra, mitad hormiga, irá por la vida tratando de encontrar el equilibrio, y yo confío. Eso es lo que me pasa con ella. Siento que todas las cosas que quisiera decirle ella las sabe, o las aprenderá de a poco, pero que inexorablemente, tarde o temprano, encontrará el modo de vivir como ella quiere.
Ella es Antonela, la menor de sus hermanas. Es Anto, la más chica, y yo la quiero con toda mi alma.
Felicitaciones hija.


POLA TURQUESA


Pola Turquesa. Hija putativa de la nocturna. Hija ilegítima pero reconocida y reconocible de esa parte de mí que se resiste a ser domesticada o satisfecha.
      Pola, Polita, Paula, tan necesaria en mi vida para recordar y recordarme. Que no se puede a medias, que hay que ser enteramente o no se es, y con ella yo puedo ser todas las que soy. Y se lo agradezco.
      Pola. Polita. Como el agua del Caribe. Increíblemente turquesa, increíblemente transparente. "El turquesa de ahí mismo, el azul del océano más lejano, y el violáceo del cielo" Paula dixit. "Las cosas son como son (o como no son)" Pola dixit también. Y la vida sencillamente es, cuando ella mira y me enseña a mirar el horizonte tricolor.
      Polita. Poli. De chica yo leía una y otra vez ese capítulo de Tom Sawyer donde la tía Poly lo mandaba a pintar la verja blanca a la hora de la siesta. Algo dulce me vuelve de la infancia y de ese vínculo entrañable cuando la llamo Polita, Poli, aunque sea al revés y no sea yo la tía Poli, sino ella, mi sobrina. A mí me gusta que seamos tía y sobrina, disfrutarla y disfrutarnos, reconocerla y reconocerme en ella sin haber tenido parte  o mérito alguno. Eso es lo grandioso.
      Pola Turquesa. Hija putativa, reconocida e ilegítima de la nocturna, versión mejorada de la mejor versión de mí misma, sí, pero no es por una cuestión de espejos que la quiero tanto. Es eso que trae con ella que no se parece a nada ni a nadie; tan particular, tan especial y contundente. Sabe escuchar, sabe mirar, sabe acompañar; es pura presencia. Hay que tomarse tiempo para escucharla a ella y abrir grandes los ojos para mirarla y dejar que despliegue la gama de turquesas. Vale la pena. La vida parece otra cuando ella la cuenta.
      
Paula Manzano, mi sobrina, Pola Turquesa y todas las que ella también se anima a ser: Yo la celebro y la admiro, pero por sobre todas las cosas, la quiero profundamente..

                                                   
                               

VERANO DEL 92



Hace mucho tiempo ya, y sin embargo puedo volver a ese momento como si hubiera ocurrido ayer. Cuando tomamos una foto hay algo que intentamos apresar y mantener a resguardo; es ese instante en el que quisiéramos permanecer eternamente. Puedo sentir el olor de la lona y el cloro y del cabello de las tres, puedo ver el sol reflejándose en el agua azul, puedo recordar lo suave que se siente la piel de ustedes cuando intento atraparlas y nos hundimos en el agua. Ustedes tan niñas y niña yo también jugando con ustedes. Las veo, las huelo, las escucho y siento lo mismo que hoy cuando las miro. Laura, María y Antonela, mis tres mujeres fuertes y hermosas, nacidas del mismo abrazo.

                                           
                                                               

MARÍA DE LOS ÁNGELES



Tenía cuatro años y me dijo que no iba a invitar a una de sus compañeritas del jardín a su cumpleaños porque estaban peleadas. Yo le sugerí que dejara de lado sus enojos y que la invitara, porque su amiga se iba a poner muy triste si no lo hacía. Se paró frente a mí con los brazos en la cintura y me miró fijamente con sus ojos oscuros. Con mucha autoridad me dijo: Ella se quiso pelear, ¿para qué voy a invitarla? ¿Sólo para que piensen que soy como vos, Patty la buena? Yo no quiero, no quiero ser María la buena.
Recuerdo que mi primera reacción fue un una mezcla de pudor y perplejidad, como si de pronto hubiera sentido el alma desnuda. Dios, está poseída, pensé; ¿cómo puede darse cuenta de esas cosas a los cuatro años? Por primera vez me quedé sin palabras y sólo atiné a sostener su mirada en silencio. Fue en ese mismo momento que lo supe.
Este lunes, veinte años después, y como no podía ser de otra manera, esa niña se recibe de psicóloga. Me conmueve y me llena de orgullo su voluntad y dedicación pero más que nada su pasión por esta carrera que ella eligió, aunque sospecho que por esta vez, la carrera la eligió a ella.
Felicitaciones hija.


LAURA Y/O EL AURA


Viernes 13 de Julio de 1984. Apenas termino de comer mi porción de carne al horno a la pimienta con papas, me doy cuenta que mi enorme panza ha decidido entrar en erupción. Mi primer embarazo, mi primer parto, mi primer hijo. Es de noche y afuera nieva; dicen en la radio que es una de las nevadas más copiosas de los últimos años. Es el sur, muy al sur, tanto como uno se pueda imaginar, y hace mucho frío.
Mi panza y yo nos tumbamos en la cama y esperamos. Todavía no llego a distinguir si esa molestia indefinible en el abdomen es una contracción o una indigestión. Estoy ansiosa, ya tendría que haber nacido, hace días que me despierto pensando "hoy es el día" pero llega la noche y seguimos siendo dos en uno. Ya quiero conocerlo/a, mirarlo/a a la cara, besarlo/a, aplicar todos los saberes que me ocupé de adquirir a lo largo de estos nueve meses. Vamos, ya estoy lista, quiero que nos miremos a los ojos; quedate tranquilo/a, mamá ya está preparada, va a saber cuidarte.
A la una de la mañana del día 14 de Julio salimos para el hospital. Miro el bolso por última vez, a ver si falta algo, pero no. Están todas las cosas para el bebé, y para mí llevo camisones y bata de seda de color rosa, una cinta para el cabello, horquillas, artículos de perfumería y otras cosas inútiles que volverán a casa intactas, sin haber sido utilizadas. Cae mucha nieve y el paisaje es blanco y desolado; las calles de ripio desiertas, las casitas bajas de madera, el humo saliendo de las chimeneas. Es el típico paisaje patagónico, pero esta noche se parece mucho más al antártico.
Estamos en una pequeña isla del extremo sur, todo es precario. No existen los cursos de preparto, no hay ecografías en donde se distinga algo más que una mancha borrosa que palpita (han tratado de que visualice la boca del bebé succionado el pulgar de su manita pero no pueden asegurarme si hay un pito o no lo hay), y no estará mi ginecólogo esperándome, salvo que tenga la suerte de que esté de guardia. Pero no, no es mi noche de suerte.
Ya cuando estoy sentada en la sala de espera empiezo a sentir que el dolor incomoda y no sé cómo ponerme. Me llevan a un pequeño consultorio de la guardia, y después de un rato largo aparece una doctora con cara de dormida y me hace tacto. Todavía no me doy cuenta que voy a pagar caro por haberla obligado a abandonar el hueco tibio debajo de las mantas.
No hay una palabra de aliento, un "todo va a estar bien gordita" o alguna consideración por ser madre primeriza. Me mandan a una habitación y me dicen que avise cuando duela mucho, y muy seguido. La doctora desaparece, vuelve a buscar el calorcito debajo de las mantas, mientras yo me enfrento a un dolor desconocido sin saber cómo sobrellevarlo.
El papá de la criatura me mira caminar por la habitación y golpear la pared, sin saber qué hacer. Esto no es normal, le digo como si supiera, andá a avisarle a la doctora. Cada vez empeoro más la situación y más que nada la mía, pero todavía lo ignoro. Viene la doctora con un malhumor evidente y me hace tacto. Todavía falta, me dice. Duele mucho, le digo apenas, con el poco aire que me queda. Respirá, me dice, te va a ayudar, y se va. Sí, respirar me ayuda a mantenerme viva, pero yo le hablaba del dolor. Es obvio que ignora o no le importa que todavía no se dicten cursos de preparto en el hospital ni en cualquier otro lugar de la isla.
No sé cuánto tiempo pasa, pero ya no pienso en el bebé, no pienso en nada, sólo quiero que se termine este dolor. No, en realidad sí pienso. Pienso que es la primera y la última vez. Con un hijo me doy por satisfecha. Si se siente solo le compro un perro o un loro, me prometo a mí misma, pero conmigo no cuenten más.
A eso de las cuatro menos cuarto me llevan a la sala de parto. Es una habitación enorme, hace frío, me dejan sola. ¿Y el papá, no se puede quedar conmigo?, pregunto. No, me dice una enfermera con la boca pintada de rojo, en el hospital no se permite la presencia de los padres en el parto. Ya me lo habían dicho, pero estoy rodeada de tanta soledad que por un segundo pienso que aunque sea por lástima, pueden dejar de lado las reglas, en una de las noches más frías de los últimos veinte años.
Por fin estamos todos. La doctora con cara de dormida, la enfermera con los labios pintados de rojo, y yo, con las piernas abiertas, colgando a los costados, en completo estado de indefensión.
Ahora, pujá, me dice la doctora, y si no fuera que duele tanto me empezaría a reír, pensando lo que me diría si le preguntara, en el momento del hecho, cómo es eso de pujar. Gracias a Dios una ha visto muchas películas, y ha escuchado muchas mujeres relatar con lujo de detalles el parto (así como lo estoy haciendo ahora). Es como hacer fuerza para hacer caca, recuerdo de golpe, y lo intento, pero nada. Me doy cuenta por la cara de la doctora, que está perdiendo la paciencia. No sé cuánto tiempo pasa, nadie me toma de la mano para darme ánimo, nadie me acaricia la frente, sólo escucho resoplidos. Estoy exhausta y dolorida, sólo quiero que todo termine de una vez, pero cuando escucho a la doctora decir que va a usar fórceps, me viene una fuerza de no sé dónde y el instinto aparece y pujo, aunque nadie me haya enseñado cómo hacerlo. Son las cuatro y cuarto de la madrugada del sábado 14 de Julio de 1984 y mi bebé llega al mundo. No hay llanto, me preocupo, la doctora se lo lleva enseguida y ni siquiera pude verle la carita; me quedo sola con mis miedos en esa sala enorme. No puedo más, no tengo fuerzas, y los minutos se hacen eternos en esa espera solitaria; enseguida viene la doctora, y le pregunto con ansiedad por mi bebé. Quedate tranquila, está todo bien, me dice, en un rato te lo van a llevar a la habitación. Respiro con alivio, siento una paz infinita, y recién entonces le pregunto: ¿Qué es? Una nena, me dice, es muy linda, y cierro los ojos.
No sé qué hace, pero le volvió el entusiasmo por la profesión. Siento que tira, que cose, que revuelve mis entrañas, pero no me importa porque no hay dolor, y mi hija ya ha nacido. Yo sigo expulsando órganos a través de mi vagina, que parece haberse convertido en una boca expendedora, y ella continúa jalando con gusto, como esos trucos en que el mago saca de su boca una tira infinita de pañuelos. Sólo espero que con el entusiasmo no se lleve algún órgano de más, alguno de esos que resultan imprescindibles para seguir viviendo.
Dicen que el parto es uno de los momentos más felices de la vida, y mientras me llevan a la habitación pienso que no siempre. Francisco me besa con ternura y el calor me vuelve al cuerpo, y vuelvo a ser yo y no sólo una vagina que dilata. Estoy ahí, quedándome dormida, y de pronto aparece la enfermera trayendo a mi bebé y lo acomoda sobre mi pecho. Francisco me dice gracias y nos abraza a las dos y no puedo explicar lo que siento, pero todavía lo recuerdo, como si recién hubiera sucedido. Miro a mi hija y la escucho respirar y en un segundo la vida se transforma en otra cosa. Ahora sí, pienso, era esto, y soy tan feliz que me olvido de todo y le digo a Francisco que quiero tener muchos hijos.
¿Cómo la van a llamar?, pregunta la enfermera, y decimos al unísono: Laura, y es la primera vez que pronuncio el nombre de nuestra hija. Laura, El aura, aura radiante y luminosa, tan linda Laura, tan nuestra, tan de los dos. De pronto me doy cuenta que no sé nada, que me olvidé de todos mis saberes y sin embargo no tengo miedo. No sé cómo ni de qué manera, pero me prometo aprender a cuidarla. Entre las dos vamos a hacerlo bien, estoy segura.
Laura duerme y yo también, y lo último que pienso antes de quedarme dormida es que ya somos una familia.
Todavía hoy cuando la miro, tan linda Laura, Elaura, aura radiante y luminosa, tan bien plantada en sus veintisiete años, sigo agradeciendo tenerla en mi vida. Traté de ayudarla a crecer y de acompañarla, pero tengo que decirlo: de nosotras dos, fue ella la que me enseñó más. Gracias hija.


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UN PUÑADO DE TIERRA


Estás llegando más tarde últimamente, ¿mucho trabajo?, me animé a preguntarte, a tu regreso de la fábrica. Vos te quedaste mirándome en silencio, apoyado contra el marco de la puerta, y yo seguí cosiendo los pantalones en la máquina de pedal, con un trapo húmedo anudado en la cabeza porque se me partía del dolor. Habíamos llegado de Italia el 13 de septiembre de 1957, exactamente un año atrás, y habíamos quedado en ir juntos a la costanera para celebrarlo, pero ninguno de los dos lo mencionó. Sin apartar los ojos de la costura te conté que estaba atrasada con la entrega de los pantalones y seguí hablando de no sé qué cosa hasta que una puntada en la sien me obligó a levantar la vista y cuando por fin te miré me dio mucho miedo tu tristeza. Sin decir nada, diste media vuelta y te fuiste a acostar, y yo me puse a llorar. A lo mejor fue tu silencio, o el dolor de cabeza, o tal vez ese olor indefinible del pasto quemándose al atardecer que me hizo recordar las tardes de allá, y cuando se está lejos de la tierra de uno, allá sólo puede ser un lugar y tiene un nombre y el nuestro es Spilinga, al sur de Italia. Es la tierra donde nacimos y jugamos los juegos de la infancia, es mi mamá trenzándome el cabello y el sol cayendo sobre los olivos; es el perfume del valle por donde paseaba con mi padre y el calor de su mano; es el primer día de nuestra vida juntos, sólo los dos en la casa de la montaña. Allí me asomaba por la ventana de la cocina para verte aparecer por el camino, abriéndome tus brazos y sonriendo. Porque todavía sonreías, siempre.

Esa noche no recordaste tu promesa de salir juntos para celebrar el primer aniversario de nuestra llegada; ni siquiera te levantaste para cenar, y mi mamá me preguntó si habíamos discutido, porque te veía muy serio y callado. No hay que dejar al hombre tanto tiempo solo, estás siempre sentada en esa máquina de coser, me reprendió con suavidad. Sacrificios que hay que hacer, para tener lo nuestro, le dije, y comimos en silencio las dos.

Mi papá había muerto cuando yo tenía seis años y mi hermana Rosa ocho. Sin parientes que pudieran ayudarla con nuestra crianza, mi mamá nos llevó al campo con ella y nos enseñó a trabajar la tierra como la trabajan los hombres y a hornear el pan y llenar la casa de calor como saben las mujeres. Allí te conocí y allí nos casamos, y mi vida transcurrió en medio de dulzuras hasta que Rosa decidió emigrar con su marido a la Argentina. “En este país vas a tener la vida que siempre soñamos”, me escribió en una de sus cartas. Recuerdo que te repetí la frase con inocente alegría, y vos recogiste un puñado de tierra y me miraste. Todos mis sueños están aquí, y aquí es donde quiero cumplirlos, me dijiste, y yo me di cuenta que los míos también pero extrañaba a mi hermana y me preocupaba la profunda tristeza de mi mamá. Las tres fuimos durante mucho tiempo nuestra única familia, y nos hicimos muy unidas. Vos lo sabías y por eso, y porque siempre me tuviste un buen amor, finalmente accediste a emprender la aventura de abandonar la tierra en donde estaban nuestros sueños para ir hacia otra con la que nunca habíamos soñado.

Pasaron los días y se hizo una costumbre que llegaras tarde. Estabas callado, y ya no volviste a insistirme para que abandonara la costura y saliéramos juntos. Una mañana desperté con la terrible certeza de que te estaba perdiendo y fui a buscarte a la fábrica. A las cinco en punto te vi traspasar el portón y te seguí por calles que no conocía hasta llegar al puerto. Yo temblaba. ¿Tenías una cita? ¿Ibas a encontrarte con alguien? Te quedaste un rato mirando las pizarras, y cuando pasaste por una de las boleterías, el empleado te saludó con familiaridad y te entregó un papel. En cuanto te alejaste, yo me acerqué para hablar con él, sin saber demasiado bien qué preguntarle. Me costaba encontrar las palabras, el hombre no me entendía y yo me desesperaba aún más, y me puse a llorar. En ese momento una mujer me ofreció su ayuda, hablándome en italiano, y pude explicarle entre lágrimas. Después de escuchar atentamente al empleado, con mucha dulzura y en el idioma en que mi madre me enseñó a hablar y en el que mi padre me cantaba por las noches, la mujer me dijo: “Ese muchacho viene casi todos los días a la misma hora, y pide que le anoten la fecha en que sale el próximo barco a Italia. Luego va al muelle y se queda un rato largo mirando los barcos”.

Vi tu silueta perdiéndose a lo lejos y corrí a buscarte. Te alcancé en una plaza rodeada de tilos y casi sin aliento te pedí perdón por no haberme dado cuenta de lo mucho que extrañabas. Volvamos, mi lugar está donde podamos ser felices los dos, te dije. Te quedaste en silencio y me miraste con infinita ternura. A vos te extraño, la vida que teníamos juntos, murmuraste al rato, y entonces yo te amé un poco más. Bajo la luz de una luna amarilla, fue el perfume de los tilos y el olor que llegaba del río y cuando recogiste un puñado de tierra y sonreíste, y lo soltaste para abrazarme y llenarme la cara de besos, supe que estábamos en casa.

Dedicado a Alejandro por su esposa Antonia en sus bodas de oro.