Todavía no alcanzo a comprender cómo se puede querer tanto a alguien en tan poco tiempo, pero el amor es así a veces: brota de golpe como un estallido y empieza a latir en todo el cuerpo sin ninguna explicación. De pronto ocupa un lugar inmensurable y esa presencia que antes no existía se vuelve casi tan imprescindible como nuestro propio latido y nos deja perplejos.
No sé cómo sos todavía, no sabría definirte. Puedo contar cómo movés tus manos todo el tiempo y tu manera de sonreír con toda la cara mientras dormís. Parece que estuvieras a punto de largar la carcajada pero no, todavía tu risa es en silencio y con los ojos cerrados. No sé mucho más, apenas te estoy descubriendo.
Aún no se ha revelado tu carácter, tus gustos y preferencias, y tampoco tus modales. Simplemente sos y estás aquí entre nosotros, y a mí me alcanza con eso. Pienso que es un buen amor porque no hay razones ni condiciones, y no espero nada en particular de parte tuya para quererte como te quiero. Ojalá pueda ser siempre así entre nosotros.
No hemos intercambiado una sola palabra todavía y sin embargo ya sos parte de mi vida y yo de la tuya, y nada ni nadie podrá cambiar eso. Por ahora te doy besos, te canto, te abrazo, te huelo, y vos te dejás besar, cantar, abrazar y oler. Así de sencilla es nuestra relación, y así de profundo es el cariño; no hay ninguna pretensión, ninguna expectativa.
Me resulta familiar esta manera de querer, y al mismo tiempo es un sentimiento nuevo. Será que sos el hijo de mi hija y por ella siento esa clase de amor: nunca esperé ni hizo falta que hiciera o fuera algo en particular para quererla tan profunda y entrañablemente.
Tengo muchos años más que cuando la tuve a tu mamá por primera vez en los brazos. Con el paso del tiempo uno aprende, no digo a querer más porque no es posible, pero sí a querer mejor. Son los hijos los que nos enseñan, cuando nosotros los dejamos.
Es extraño, pero cuando comenzamos a aceptar que no tenemos derechos adquiridos ni control sobre la vida de los que amamos, se vive con más alegría. Es lo que hay. Ahora. Este momento es la única certeza que tenemos. El presente es la única posibilidad real de experimentar y disfrutar de esa presencia y ese cariño, y todo se vuelve más intenso.
El afecto verdadero se expande generosamente, porque genera dicha. Yo, mamá de tu mamá, abuela del hijo que ella ha tenido con el hombre que ama, me siento conmovida cuando los miro a ustedes tres: ya son una familia.
Colmada por este sentimiento nuevo de amor y ternura por vos aunque apenas te conozco, te prometo seguir queriéndote así por el resto de mi vida, y ansío que sepas que jamás ninguno de los dos tendrá que hacer nada para justificar o merecer este cariño mutuo. Estamos, somos, y vamos a tener la felicidad de estar en la vida del otro. Eso es todo lo que importa.
Bienvenido al mundo.
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