¿Venís a casa y te quedás a dormir, y vemos alguna película de terror?, escucho a alguna de mis hijas preguntar por el teléfono y ya sé quién está del otro lado. Es Flor, la prima Flor, Florencia, Flori, y ya son grandes pero me conmueve esa tierna complicidad que hay entre ellas, ese gusto por estar juntas y disfrutarse. Entonces viene Flor y se queda a dormir, y a la madrugada se escucha un murmullo agitado y en medio del murmullo una voz temblorosa pide que alguien encienda la luz; un minuto después están sofocando la risa hasta que no pueden más y en el silencio de la noche sueltan las carcajadas. Tienen más de veinte años, ya son mujeres, pero cuando están juntas son las primas y las primas nunca terminan de crecer, por lo menos cuando repiten los rituales de la infancia.
Flor es la más chica, y se hizo su lugar entre sus primas
mayores a los codazos, demandando espacio y atención con obstinada perseverancia. Con el tiempo se
acortaron las distancias y encontraron el modo de comunicarse; comprendieron
que no es poca cosa compartir la misma historia, la familia y los afectos y que
una sabe muchas cosas de la otra sólo por haber crecido juntas.
Saben que se tienen, saben tomarse el tiempo para escucharse
y también para divertirse. Cada una tiene su carácter y su forma de ser, y son distintas entre sí, pero se aceptan como son, no se juzgan. No importa demasiado si no encuentran las palabras
para reconfortarse; el alivio llega aún en el silencio de la mirada que acompaña,
en la presencia y el cariño que hay entre ellas. Lo que le pasa a una le
importa a la otra y hay momentos en que esa certeza es todo lo que necesitan
para sentirse mejor. Pueden mirar una película, o encerrarse a charlar en el
cuarto, o sentarse frente a la computadora, pero siempre, en algún momento,
llega la risa. Flor, la prima Flor, no hay otra risa como la suya; es lindo
escucharla en casa.
Florencia es franca y
alegre. Da gusto hablar
con ella y escuchar el énfasis de su voz cuando se expresa con claridad y
lucidez acerca de sus contradicciones y cuando pregunta y se pregunta con profunda franqueza cómo es
la vida que ella quiere. Intuye que sería mucho más cómodo ser obediente y dejar que decidan por ella pero se resiste, necesita ser honesta consigo misma aunque los demás no lo entiendan o no la aprueben; en el fondo quisiera
que confíen. Disfruta sentirse libre y detesta las convenciones; sabe que debe
aprender a convivir con ellas pero no está dispuesta a traicionarse en el intento. Quiere estar a gusto con su vida y ser feliz, no se conforma con menos. Tiene ambiciones, piensa en el futuro, pero quiere ser ella quien elija su destino, aunque a veces le dé un poco de pereza o se distraiga en el camino.
Florencia, bella como una flor significa su nombre. Con el cabello rubio o colorado, lacio o con rastas, suelto o recogido, con sus piercings y tatuajes... Aunque cambie su aspecto una y otra vez, Flor siempre es hermosa. No se puede ser más linda, aunque ella no
se dé cuenta todavía. Debe ser eso y su dulzura, su manera de expresar el cariño y su orgullosa terquedad, y también su risa, lo que hace imposible no
quererla.
Cuando pase el tiempo y Flor y sus primas sean más grandes y
tengan su propia familia, ojalá que de tanto en tanto puedan encontrar el
momento para llamarse por teléfono y preguntar: “¿Venís a casa y te quedás a
dormir, y vemos alguna película de terror?” Porque sin importar la edad que tengan, cuando estén juntas y a solas seguirán
siendo las primas y las primas nunca terminan de crecer, al menos cuando
repiten los rituales de la infancia.
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