Luciana se enciende y se apaga como una luciérnaga,
aparece y desaparece, se muestra y se esconde según su estado de ánimo, como
cualquier adolescente. A veces disfruta estar con sus amigas y pasar toda una
tarde charlando con ellas mientras escuchan música de cumbia y reggaetón, y
otras veces prefiere estar sola.
Cuando se queda en silencio y adquiere un aire
distante y se aparta buscando un rincón tranquilo, es porque necesita recluirse
en ese mundo mágico y misterioso que
habita dentro de ella, lejos de la mirada de los otros, o simplemente para escuchar
el sonido de la lluvia. Se siente a gusto en esa paz y en esa íntima soledad en
la que se sabe acompañada por su fantasía, por sus pensamientos, por sus
sueños; por ella misma. De repente algo sucede que despierta su curiosidad y
entonces regresa gentil, vivaz y amigable. Se interesa por la realidad y las
cosas que pasan y se comunica sin esfuerzo con el mundo que la rodea y las
personas que ama. Habla con entusiasmo y baila y se ríe, y entonces dan muchas
ganas de quererla a ella.
El futuro le parece tan distante como la infancia, y
le cuesta mucho imaginar cómo es que quiere vivir la vida cuando sea más
grande. Piensa un rato y dice que a lo mejor le gustaría ser periodista o
médica forense y otra vez el misterio que la atrae aunque ella no lo sepa
todavía.
Por un momento entrecierra los ojos y parece que
estuviera muy lejos, y es una niña en
estado de ensoñación, pero cuando los abre y murmura: “La vida pasa muy
rápido”, de pronto es toda una mujer.
Eso sucede cuando las niñas comienzan a convertirse
en mujeres, sin dejar de ser niñas todavía.
Al fin y al cabo el pasado y el futuro no cuentan
demasiado a sus quince años. Recién ha comenzado a despertar del sueño de la
infancia y el deseo de vivir la retiene con fuerza en el presente. No quiere
perderse nada de esa vida que “pasa demasiado rápido”, y lo bien que hace.
"Luciana, la que nació a la primera luz del día"
"Luciana, la que nació a la primera luz del día"
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